El prestigioso Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FICG) marcha sobre ruedas. La emblemática fiesta cultural de México ha reunido a cinéfilos y creadores de todo el mundo. Centroamérica está presente en esta edición numero 29. Dentro de la categoría Largometraje iberoamericano de ficción, Costa Rica participa con “Princesas rojas” de la directora Laura Rojas y con “Puerto padre” del director Gustavo Fallas. Guatemala no se ha quedado atrás y ha dicho presente con el largometraje “12 minutos” del director Kenneth Muller.
Si usted cree que El Salvador brilla por su ausencia en esta fiesta cinematográfica, está equivocado. El Diario de Hoy vio a los salvadoreños-mexicanos José Luis Valle y Julio López yendo por aquí y por allá con sus nuevos proyectos. El primero ha logrado prestigio internacional con “Workers”; y el segundo ha ganado premios internacionales en nombre de este país centroamericano.
El FICG es el más longevo de México, es decir, es un pionero en su terreno. De espacio estrictamente mexicano, pasó a ser toda una vitrina de lo que se hace en la cinematografía del mundo. Eso ha convertido a este conclave en un escenario de prestigio. La comunidad del séptimo arte no puede perderse una cita en el FICG, un lugar en el que se conjuga la exhibición, la formación y el intercambio comercial y cultural…
La edición numero 29 del FICG inicio el pasado viernes 21 y durará hasta el próximo domingo 30 de marzo. En este nuevo episodio, la capital de Jalisco no ha escatimado sus fuerzas para los homenajes. Por ejemplo, enalteció a Elpidia Carrillo. La actriz recibió el premio Homenaje Latino y con el solicitó la paz para Michoacán, lugar golpeado por la violencia. También se le rindieron honores a grandes personajes de la época de oro del cine mexicano como María Victoria y Sara García.
El FICG no se olvidó de los grandes cineastas internacionales. El irlandés Jim Sheridan también tuvo su ovación al entregársele el reconocimiento Mayahuel. El auditorio Telmex tronó en aplausos ante la presencia del creador de Mi pie izquierdo. Espoleados por el alcohol, los traductores de la ceremonia hicieron de todo, menos traducir. Y aún así, también ellos se llevaron la mejor empatía de los espectadores.
La provincia de Quebec ha sido el invitado de honor. Tras la breve ceremonia se proyectó “Gabrielle, sin miedo a vivir”, una película sutil, pero contundente a la hora de hablar sobre las personas con discapacidad y sus derechos sentimentales y sexuales. La película fue enviada por Canadá para competir por el Óscar en 2014 como Mejor Película en Idioma Extranjero, pero no fue nominada. Sin embargo, los que abarrotaron el auditorio Telmex salieron estremecidos con este trabajo.
El Diario de Hoy conversó con el director de programación de este evento: Gerardo Salcedo Romero. Su voz es un pulso sobre lo que vive Latinoamérica en materia cinematográfica. Sin optimismo inútil, el mexicano opina que todo es cuestión de tiempo para que le brille la estrella a las producciones centroamericanas. No se engaña a la hora de decir que en unos años posiblemente no se hablará de cine salvadoreño, pero sí de sus cineastas, porque lo primero requiere de terquedad, dinero, apoyo gubernamental e insertarse en programas internacionales como Ibermedia.
¿Qué ha sido lo más interesante que ha encontrado en el abanico temático de la 29° edición del FICG?
La palabra interesante suele ser ambigua. Lo que hemos vivido son muchos procesos, por ejemplo, la consolidación de varios países productores de cine iberoamericano: España, Argentina, Brasil y México, con una producción de más de 100 películas al año. También tenemos casos emergentes como el chileno que ganó un Óscar con su película “No”. Este país tiene una producción de 20 a 30 películas por año. Colombia también estaría en esta categoría de producción. Otras cinematografías están naciendo, todavía les está costando encontrar un tono, una voz. En esta categoría están los países centroamericanos y curiosamente tienen una gran representación al tener dos películas en esta edición…
¿Qué pasa con Centroamérica, porqué no se consolida cinematográficamente?
La producción de películas tiene que ver mucho con la cuestión demográfica. Para que exista un cine nacional, eso implica cierta capacidad: más de cien mil habitantes, con ciertas posibilidades, ciertos accesos, cierta cultura urbana, etc. Si no existe eso, es muy complicado. La experiencia rural viene a ser el cine móvil, ese en el que alguien con un proyector iba de comunidad en comunidad. Pero el cine para vivir necesita una ciudad, una situación urbana. Lo otro tiene que ver con una posibilidad de una clase media, porque sustantivamente el cine es un fenómeno de clase media. Otro elemento es la posibilidad de un grupo de jóvenes o personas que se han decidido por el oficio de narrar con imágenes. El cine tiene muchas complicaciones: por un lado es caro y por el otro, es un trabajo de un equipo especializado, y no necesariamente todas las sociedades tienen la capacidad de la cámara cinematográfica. Las cámaras de 35 milímetros son muy caras y el cine centroamericano no pudo tener la experiencia con esta cámara, excepto Costa Rica, pero con lo digital está teniendo acceso al cine. No soy un especialista en el área de Centroamérica, pero lo que me ha tocado ver es que el cine centroamericano está empezando a ocurrir. He visto no menos de 10 inscripciones en las últimas ediciones. Guatemala nos está enviando mucho cine de ficción. El resto nos están enviando documentales y cortometrajes. Obviamente, con el transcurso del tiempo, nos enviarán trabajos de calidad. El oficio del cine no nace, se hace. Va a pasar una cantidad de años para que tengamos a los directores de El Salvador, Honduras de forma permanente en nuestra programación. Otro punto es que esto no es un reto sencillo. Cada vez es mas común que la gente de Ecuador, Paraguay se integren al festival. De hecho, Paraguay lleva más o menos 20 años haciendo películas y desde hace muchos años tiene trabajos interesantes. Esto es una ruta larga. Quizás en unos cinco años estaremos hablando, quizás no de un cine salvadoreño, pero sí de cineastas salvadoreños, hondureños (…) También hace falta crear un público, un cine mucho más atractivo, hace falta no seguir la pauta hollywoodense, sino, encontrar una ruta propia y eso es un trabajo de años. No hay otro camino. No hay mejor oficio que la terquedad en el caso de los cineastas. Más bien, en el caso de los narradores.
Uno de los creadores o pulmones de la clase media es el gobierno. Entonces, qué papel juega este en el desarrollo del cine. No sé si Cuba tiene clase media, pero este país ha hecho trabajos importantes. Tampoco sé qué rol juega que los países se inserten al programa Ibermedia.
Bueno, lo de clase media es una definición actual. Cuando los boletos de los cines están entre 5 y 10 dólares y los cines están en centros comerciales, evidentemente la gran protagonista en muchos sentidos (espectadores y realizadores) provienen de la clase media. Antes el cine era un fenómeno popular que desapareció cuando desaparecieron las salas de barrio. Actualmente el gobierno, o mejor dicho, los diversos programas para el aliento a la producción, pues provienen de la esfera pública. Hay algunas excepciones como el caso norteamericano, pero todos los gobiernos tienen programas de aliento a la producción nacional del audiovisual. Y sí, efectivamente, Ibermedia es uno de los grandes programas de aliento para la producción y distribución. Y es importante porque es una iniciativa que apoya a los países de la región y les da en ese sentido un impulso extraterritorial y propicia, por lo menos, la experiencia fílmica de la región para que tenga la posibilidad de la coproducción.
¿Desde su experiencia en la selección de trabajos, qué está contando o pretende contar Latinoamérica?
Es muy diverso. La ruta es no copiar a Hollywood, aunque no hay manera de competir contra él, porque no hay presupuesto que permita que un latinoamericano pueda hacer en su país una película hollywoodense. Además, tenemos otra identidad. Las películas que escogemos cuentan lo cotidiano: historias de amor, desamor, entorno familiar. El cine latino tiene como principal tarea y virtud el retrato de lo cotidiano como humano. A los latinoamericanos les gustan las historias realistas, que hablen de sus circunstancias.
No se si me equivoco, pero veo a una Latinoamérica contando historias implacables, de las que no quiere hablar la iglesia y los políticos como la homosexualidad, la soledad humana dentro de las nuevas tecnologías o las maquinas inteligentes…
Suceden varias cosas. En un momento determinado había un ánimo irrepetible como en el cine de los años cuarenta. Eran sociedades optimistas, pero curiosamente basadas en una gran represión que venía desde la célula familiar. No hay película mexicana en la que no podamos ver que la estructura familiar es muy represiva, pero que en ese sentido era muy natural y estaba a flor de piel. En los años setenta empiezan a salir las primeras visiones críticas hacia la institución familiar, hacia las posibilidades que el Estado podía ofrecer y hacer. Esa situación se radicalizó por las grandes crisis de Latinoamérica en los años ochenta hasta el año 2000 en el que hay un gran proceso político, particularmente violento y una sociedad sustancialmente basada en la represión y la dominación con el uso de la violencia como instrumento de hacer política. A partir de ahí son como los restos del naufragio. La izquierda llega al poder y enfrenta procesos de corrupción como en Nicaragua. En otros procesos llega al poder a través de elecciones. Luego, los gobiernos socialistas tienen que validar el régimen en el que están, o sea, no están transformando la realidad y sustantivamente están criticando al capitalismo. En ese sentido, estas generaciones tienen más libertad. En particular, esta edición del festival demuestra que el tema de la libertad es un fenómeno individual. La gran transición del cine de los años 70 con el de ahora es que es un cine más pesimista, pero de alguna manera también refleja una juventud mucho más hedonista y estamos viendo a personajes solos, pero capaces de contra sus propias historias. Creo que esa es una gran virtud del cine que se está haciendo ahora.
El desencanto político también está presente en esta edición, curiosamente en Centroamérica con “Princesas rojas”…
La política se ha vuelto un thriller. Cuando alguien hace una película política la va a narrar desde la perspectiva del delito. Desgraciadamente, las situaciones políticas han entrado a vivir procesos de corrupción. Muchas veces, estas han emanado del narcotráfico. Por otro lado, la vieja ideología justiciera del socialismo no ha ocurrido. La política no es mi área, pero evidentemente hay muchas cosas que cambiar. Frente a la generación pasada, esta no cree en los partidos políticos ni en los movimientos sociales. Si quisiéramos ver al cine como un retazo de la realidad, lo que estamos viendo es que es una decisión individual.
¿Hemos hablado de la izquierda y del socialismo y de las reivindicaciones que guardan empatía con estas posiciones políticas, en ese sentido, hay cine de derecha?
También hay cine de derecha, no es tan grande, pero claro que lo hay. Hay películas que enaltecen los valores sociales. De hecho, las películas más taquilleras en Latinoamérica son las conservadoras. No es un cine fascista, es un cine que busca agradar a la gente y dar un mensaje positivo y trata de hacernos sentir bien con imágenes falsas y la gente se identifica con esas escenas, con esos valores convencionales como “Nosotros los nobles”, “Cásese quien pueda”. Tampoco es malo, porque de lo que se trata es de las necesidades plurales.
Tampoco podría pensarse que el cine caiga en los episodios del pasado como en el fascismo o en los totalitarismos de Stalin.
Cada vez que un documentalista toma la cámara, lo que ves es que las películas son estremecedoras. Ya no hay la creencia de que un colectivo o que un movimiento político será la solución. Ese discurso se perdió, prácticamente ya no existe. Cuando alguien toma la cámara para retratar la realidad, lo que tratará de hacer es describir esa realidad de la manera más natural posible sin dar un contexto ideológico, porque finalmente no hay nada más subversivo que la propia realidad.