Montar un museo en El Salvador no es recomendable. Al menos que tenga vocación para esto y lo acompañe de un buen bagaje sobre cultura —no solo de la salvadoreña, también de la centroamericana—, paciencia, metas claras y un constante espíritu de renovación. Y todo esto para evitar que se convierta en un aburrido anfitrión.
De lo anterior nos hablan Claudia García del Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI), Ramón Rivas del Museo Universitario de Antropología (MUA), Xochilth Ortez del Museo Municipal Tecleño (MUTE) y Roberto Galicia del Museo de Arte de El Salvador (MARTE).
“Todo el equipo debe estar consciente de que la misión principal del museo es educar. El museo es una especie de apoyo para las instancias formales de carácter educativo, ahí donde no llega la currícula de la enseñanza formal”, esboza el antropólogo Rivas, a quien en el año 2006 las autoridades de la Universidad Tecnológica (UTEC) le dieron la misión de crear un museo de antropología.
“El que dirige y coordina el museo debe ser una persona que no solamente esté empapada de la cultura sino de la realidad cultural que está viviendo el país y la región centroamericana”, enfatiza el director del MUA.
“Desde el año 2010 dimos un vuelco en la manera de cómo atender al público, porque el museo aborda temas históricos y culturales y eso como que no le gusta a los chicos. Entonces le apostamos a hacerlo más lúdico. Eso ha sido un éxito y hasta hemos ganado un premio”, revela la coordinadora de proyectos del Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI), Claudia García.
El MUPI es un de los espacios que nació después de la firma de los Acuerdos de Paz. García entró en el proyecto en 2003. La columna vertebral de este museo es la difusión de la memoria en sus distintas manifestaciones.
“La gente no es muy consciente de que ciertos espacios que tenemos ahora en otros años no eran posibles. En los años 70 y 80 no podíamos hablar. Por eso fomentamos la participación de los jóvenes”, recalca García.
En 2003 nació el MARTE. El pasado mes de mayo cumplió 10 años de existencia. Se ha convertido en un espacio importante para las artes plásticas del país y del resto de Centroamérica. Cumplir una década no ha sido fácil, porque los nuevos tiempos demandan constante renovación de la mano de las nuevas tecnologías.
“Los pronósticos que nosotros hicimos fueron muy conservadores —ahora lo vemos así —respecto a la recepción que tuvo el museo y a la reacción que tuvo el público, que rebasó en los primeros meses lo que nosotros habíamos previsto”, recuerda el director del MARTE, Roberto Galicia.
“Eso nos obligó a tomar una serie de decisiones a través de la junta directiva para hacer más viable el proyecto, por ejemplo: decretar que el ingreso al museo es gratuito en cualquier día de la semana para estudiantes de centros escolares públicos que nos visiten en grupo”, añade Galicia, quien es pintor.
Entre el MUPI, el MUA y el MARTE el menor es el MUTE. Este nació en 2010, aunque los años de su infraestructura se remontan hasta 1902, es decir, cuando era una penitenciaría. Durante el conflicto armado fue un cuartel del ejército.
“El MUTE tiene la intención de crecer, desarrollarse de forma competente. Los fuertes del museo son el propio edificio y la historia de este, porque tiene más de 100 años. Nuestra gran expectativa es traer a nuevos públicos”, confiesa Xochilth Ortez, quien está al frente de la institución desde que abrió al público.
Uno de los grandes visitantes que tiene el MUTE es la comunidad estudiantil. En los alrededores de Santa Tecla hay al menos 200 centros escolares.
Desafíos y perspectivas
Para que un museo sea atractivo y deje de ser sinónimo de aburrimiento, debe estar constantemente pensando en su público y de cómo éste ve ahora el mundo.
“Mantener vivo un museo depende muchísimo de su programación y de que esta sea relevante para su público, porque podemos estar reventando cohetes y sin hacer que se congregue a la población”, reflexiona Galicia.
A la opinión anterior se suma la de Ramón Rivas:
“Las exposiciones temporales son un flechazo en el centro porque eso hace que la gente llegue al museo, porque hay que tener mucho cuidado: un museo puede nacer vivo y se puede morir inmediatamente. Resucitar un museo no es cuestión fácil”.
El antropólogo lanza una idea a manera de advertencia:
“En El Salvador todo el mundo quiere hacer museos y hay que tener cuidado, porque la construcción de estos se rigen por determinados lineamientos”.
Los expertos coinciden en que el usuario que una vez llega, difícilmente volverá si salió aburrido y si no ve alguna señal de renovación.
“Voy a dar una primicia: vamos a inaugurar dentro de poco el museo virtual. Desde cualquier parte del mundo el que quiera podrá visitar hasta el último rincón del MUA”, dice a manera de novedad digital, Rivas.
El MUTE, a pesar de que tiene tres años de existencia, aborda temas tabú que aún la sociedad salvadoreña se resiste a discutir.
“En este momento trabajamos con muestras temporales: fotografía, historia y arte contemporáneo aplicado a las nuevas tecnologías, sin embargo, abordamos la cultura de paz con temas que a veces resultan quisquillosos como la equidad de género o la homosexualidad”, comenta Ortez.
“Otro punto importante es quitarle ese aire de solemnidad con el que siempre hemos querido arropar a los museos. Nuestro discurso no es para especialistas”, remata el director del MARTE.
Mantener un museo requiere de mucha inversión: el clásico pago de agua, luz y teléfono e Internet. A esto se suma el mantenimiento del espacio (pintura, aseo, restauración, fumigación). También está el pago de los honorarios del personal.
“Uno de los grandes retos es que el museo tiene que llenar las expectativas del público. Eso lo deben entender los expositores. En los museos hay gente que lleva sus propios intereses. Los responsables del museo deben saber lidiar con esto”, afirma Rivas.
El antropólogo aborda otro tema muy importante: las alianzas entre estas instituciones:
“Los museos no deben ser mezquinos con otros museos, deben intercambiar ideas, experiencia. Incluso, exposiciones, porque a la larga todos vivimos en el mismo país”.
Otro de los elementos importantes es la autocrítica hacia el trabajo que están desempeñando.
“No hay que acostumbrarnos a lo que dice la gente: que el museo es bonito, que no sé qué. No hay que dormirnos en nuestros laureles”, recomienda Rivas.
¿Y qué clase de museo les gustaría ver en El Salvador?, se les preguntó a los participantes:
“Arte y tradiciones populares. Ese ha sido mi sueño”, señala Galicia. “Yo quiero uno de las luchas y reivindicaciones sociales”, añade García. “Uno de psicología, quiero yo”, solicita Ortez, para darle más énfasis a las humanidades. “Este país urge de un museo de historia, porque este país tiene muchas lagunas”, cierra el antropólogo Rivas. —EDH