Solidaridad, pobreza y reciprocidad

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Soto fue técnico de la Selección Sub 20 de Costa Rica. Foto EDH/ Tomada de www.jashinquezada.com

Por Por Carlos Mayora Re*

2013-05-31 6:05:00

La cantidad de salvadoreños en condición de pobreza ha sido siempre preocupante. A esa problemática se suma que desde hace unos años, su número ha aumentado. Lo paradójico es que ese incremento ha coincidido con políticas gubernamentales de solidaridad y subsidios.

En principio, si se enfoca la atención a sacar a la gente de la pobreza, lo lógico debería ser que cada vez más personas salieran de la pobreza, pero esto no ha sucedido.

Si se les pregunta su opinión a los responsables de los dos últimos gobiernos, dirán que la culpa es de quienes les precedieron (haciendo caso omiso que desde los acuerdos de paz, los índices de pobreza mostraron reducciones sostenidas); de las crisis económicas mundiales (pero otros países de Latinoamérica han estado sometidos a las mismas crisis, y consiguieron reducir los índices de pobreza); a los desastres naturales (mismos que otros gobiernos convirtieron en oportunidades, como los terremotos del 2001, o las tormentas tropicales recurrentes en nuestro país), o echarán las culpas al “neoliberalismo”, los ricos, la oposición política… es decir: todos menos ellos.

Hay algo de absurdo en todo esto: ¿por qué se niegan pertinazmente a ver la experiencia de otros países (buenas y malas), e insisten en disminuir la pobreza con regalos; ya sean subsidios, paquetes escolares, o medicinas más baratas? ¿Por qué porfían en mejorar las condiciones de vida, y no las capacidades de las personas? ¿No les importa crear dependencia, o más bien pretenden establecer un ejército de personas necesitadas (votos) de la ayuda estatal?

Sólo con subsidiariedad, sólo con solidaridad, ninguna sociedad ha salido del estado de subdesarrollo o pobreza extendida. Ninguna.

Para salir adelante, en cualquier país donde las condiciones económicas cambiaron en un período de –digamos– veinticinco años, la clave no fue el subsidio, sino la conciencia por parte de todos de que hay, debe haber, algo más que sólo dar, algo más que acostumbrar a las personas a extender la mano y recibir ayuda. Una práctica que convierte el “somos pobres” en una especie de derecho humano, que debe ser atendido por los gobiernos.

Escribe un buen conocedor de la trama política y económica actual: “podemos decir que la vida económica debe ser comprendida como una realidad de múltiples dimensiones: en todas ellas, aunque en medida diferente y con modalidades específicas, debe haber respeto a la reciprocidad fraterna”. Se introduce en el discurso un nuevo elemento: la reciprocidad, la correspondencia mutua entre las personas, el sentimiento y el deber de hacer algo por el país, y la conciencia de que los subsidios también engendran deberes.

¿Comprenden la reciprocidad los empresarios del transporte colectivo? ¿Los receptores de los paquetes escolares? ¿Los campesinos que reciben semilla por parte del gobierno? ¿Los favorecidos por la “red solidaria” del gobierno anterior? ¿Aportan algo, o sólo extienden la mano, reciben, y se van tan contentos?

Veo aquí una clave, nada despreciable, para analizar las causas del aumento del número de personas en condición de pobreza: muchas de las actuaciones gubernamentales, más que capacitarles para que puedan salir por su propio pie de la indigencia, les han tarado, les han acomodado a no moverse. Las políticas gubernamentales han producido más de lo que querían combatir: pobreza.

Con esto no quiero decir que haya que abolir la solidaridad, ni la subsidiariedad. Es imprescindible en una sociedad con condiciones como la nuestra, pero el problema es que la han convertido en asistencialismo (dan pero no solucionan problemas), clientelismo (pan por votos), cinismo (no importa quien gobierne, lo importante es que me dé), en populismo. Receta infalible para sostener y aumentar la pobreza.

*Columnista de El Diario de Hoy.

carlos@mayora.org