“No hay democracia sin una oposición vigorosa”

El novelista centroamericano de mayor proyección mundial nos habla del poder y sus abusos en la América Latina del siglo XXI, y de una izquierda que ha perdido su compromiso ético por la "gente sencilla"

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No hay democracia sin una oposición vigorosa

Por Jorge ??valos Tomás Andréu nacional@eldiariodehoy.com

2013-06-29 8:00:00

Desde Rubén Darío, Nicaragua es reconocida como una tierra de poetas, de inventores de una nueva manera de hablar del mundo con un lenguaje tan luminoso como preciso. Pero Nicaragua también es el clásico país rural latinoamericano, igualmente reconocido en el mundo por sus dictaduras y sus guerras. No sorprende, entonces, que los escritores de ese país centroamericano sean también reconocidas personalidades políticas. De estos, ninguno tiene un reconocimiento internacional tan extenso y sostenido como el novelista Sergio Ramírez.

Ramírez fue vicepresidente de Nicaragua entre 1985-1990, junto al presidente Daniel Ortega. Ambos eran miembros del Frente Sandinista, era efectivamente el partido en poder. En 1996 Ramírez corrió, sin éxito, por la presidencia; ese mismo año se retiró de forma definitiva de la política. Sin embargo, Ramírez, un novelista de fama mundial, ha mantenido por medio de sus ensayos y columnas una postura crítica ante el poder en Nicaragua.

Su particular perspectiva, de hombre de izquierda comprometido con los valores de la democracia, está arraigada en un conocimiento profundo de la historia y de las historias de la “gente sencilla” de la región.

El Diario de Hoy lo entrevistó en el marco de la presentación de su nuevo libro en San Salvador, la colección de cuentos “Flores oscuras”. En esta oportunidad nos habla de Nicaragua y de la izquierda en el siglo XXI.

Sergio, ¿se sigue considerando una persona de izquierda?

Sí, claro. Yo defiendo a la izquierda como un espacio transparente, ético. Y eso es lo que la izquierda ha perdido mucho.

Y qué nos dice de Centroamérica, ¿se quedó sin izquierda?

Todo esto es muy relativo. Hay izquierdas en las que yo creo y en otras en las que no. Esto no tiene que ver con viejos presupuestos ideológicos. Tiene que ver con los espacios éticos. El poder no es para enriquecerse ni es para quedarse. Esos son dos grandes presupuestos éticos que la izquierda debe respetar. Nunca voy a olvidar lo que Lula dijo en Nicaragua: “El gran error de la izquierda era dividir la democracia en una burguesa y otra proletaria, porque democracia sólo hay una”. Eso me parece muy importante. Quien se mete a jugar en la democracia tiene que respetar las reglas del juego.

Daniel Ortega ¿le hace daño a la izquierda?

Yo creo que sí, porque el discurso de Daniel Ortega sigue siendo muy retórico, muy anticuado. Cuando le conviene es antiimperialista, antiburgués. Pero él cada vez menos puede usar ese tipo de discurso, porque su gran alianza es con las cámaras empresariales de Nicaragua.

¿Qué diferencia a los nuevos caudillos de América Latina de los dictadores de antaño?

Son caudillos con Twitter. No estamos diciendo que no son populares porque parte del fenómeno es que tienen un gran respaldo, porque esa es la magia rural que tiene el caudillo: son caudillos rurales armados del Twitter. Pero no por ello dejan de ser caudillos como los de antes. Cuando el poder no tiene riendas tiende, en América Latina, a evolucionar hacia el poder perpetuo.

¿Cree usted que este es uno de los vicios de la izquierda en la región, la ambición por el poder perpetuo?

Un elemento importante al que debe aspirar la izquierda es la absoluta creencia en la democracia. Alguien que llega al poder y dice: “Ya llegamos y vamos a usar este espacio táctico para quedarnos”, eso no es de izquierda ni es democracia. La democracia empieza respetando el criterio de los demás. No se trata de ver a los demás como enemigos a destruir. Alguien que desde la democracia destruye a otro porque está en la oposición, entonces lo que quiere es el poder absoluto y no quiere oposición a esto. No hay democracia sin oposición vigorosa, fuerte. Esas son las reglas que la izquierda tiene que aprender verdaderamente.

“Que haya jóvenes al lado de los ancianos que reclaman por sus derechos, protestando juntos, nos dice que hay esperanzas para Nicaragua”, escribió usted. ¿Qué clase de esperanza guarda para Nicaragua?

La recuperación de la democracia. Que vivamos en democracia con todas las imperfecciones que esta tiene. Si estuviéramos viviendo en Nicaragua una situación como la de El Salvador, yo me daría por contento, porque el abismo es enorme. Por ejemplo: aquí hay tres candidatos, pero nadie está pensando que el Tribunal Supremo Electoral va a falsificar los resultados. Creo que hay una situación distinta. Creo que hay contrapesos de las instituciones. No voy a hablar de las imperfecciones, eso no me toca a mí. Simplemente quiero hacer una comparación. Yo aspiraría a restablecer las bases de la democracia que se han perdido. ¿Quiénes van a hacer eso? Pues los jóvenes. Mi generación ya no lo podrá hacer.

Creo que en El Salvador hay mucho desencanto por la izquierda porque no han demostrado tener el tesón ético que sus simpatizantes esperaban de ellos en el poder. Y tanta ha sido la debilidad ética de la izquierda en el poder que incluso los comisionados elegidos para velar por la transparencia se atribuyeron salarios superiores al del presidente de la República. ¿No resquebraja esto la imagen ética y crítica que la izquierda había pretendido construirse desde la oposición?

Mañas existen en la izquierda y la derecha. Eso desborda el espacio ideológico, político. Y es lo que yo decía: la izquierda debe ser absolutamente transparente. Yo votaría al Frente Amplio de Uruguay. Esta es la izquierda que a mí me convence. Ese señor sí es transparente (José Mujica, presidente de Uruguay). No hay distancia entre el discurso y los hechos. Eso es muy importante en la izquierda para mí: que lo que se predica, se haga, y que se predique con el ejemplo. Debe haber esa soldadura entre las palabras y los hechos. Mujica no hace ostentación del poder. A mí me gusta de imagen política. Yo aspiraría que la izquierda fuera así en América Latina.

Hablando de la distancia entre el discurso social y los hechos, ¿cuál es su posición con respecto a la construcción del canal interoceánico de Nicaragua?

Un escepticismo que a mí me da para una novela. Esto es una verdadera novela y está planteada desde la perspectiva de la historia de Nicaragua. Desde que Cristóbal Colón, en el cuarto y último viaje, pasa por la desembocadura del río San Juan y no se da cuenta de que la ruta de la canela está ahí, y él pasa entre la bruma del amanecer y no la mira. Buscaba a Catay, como se llamaba China para Marco Polo. Ahí empieza para mí la novela hasta llegar a este señor, Wang Jing, que llega de China al punto mismo donde Colón la buscó, equivocadamente. Este señor, recibe la concesión más absurda que he visto yo en mi vida. Daniel Ortega entrega la soberanía del país para construir un canal en el que Wang Jing invertirá, supuestamente, 40 millones de dólares. La pregunta es ¿de dónde sale este señor? Él dice que es médico naturista graduado de una universidad de Pekín y él no quiere identificar cuál porque no conviene. Esto es novelesco. Se dice que el canal de Nicaragua va a crear un millón de empleos, que la economía va a crecer al 15 por ciento anual. Todo eso es verdaderamente alucinante.

Se dice que este proyecto no fue a licitación pública…

Es que los diputados han tenido un absurdo tan grande que en 72 horas la Asamblea General se reúne y aprueba una ley mediante la cual se entrega a una compañía desconocida, fundada hace poco en Gran Caimán, un paraíso fiscal, para construir un canal que no se sabe a dónde se va a construir ni de qué tamaño es la concesión, porque se le concede agua, tierra, mar, cielo y aguas fluviales sin ninguna obligación de la otra parte, porque todas las obligaciones son de Nicaragua. Textualmente, Nicaragua renuncia a su soberanía monetaria, porque las reservas del Banco Central quedan como garantía de incumplimiento de Nicaragua en el contrato. Esto es alucinante.

De los hechos más recientes en Nicaragua que han capturado la atención internacional tenemos el caso de los ancianos reprimidos por el gobierno. ¿Cuál cree que es la razón que ha llevado a esta gente humilde, como la que aparece en su libro de cuentos, a una confrontación tan directa con el Gobierno?

Mis ancianos son chejovianos: salen a protestar a la calle porque no tienen nada que perder. Era patético escuchar a estos ancianos decir: “Están esperando que nos muramos todos, porque ya se han muerto tantos centenares desde que empezamos esta lucha y las estadísticas dicen que nos vamos a morir más pronto. Entonces están esperando que nos muramos todos”. Eso realmente es dramático, ¿no? Y la peor humillación después es que al jefe del movimiento lo suben a una tarima en una marcha oficial contra los protestantes ancianos. En una marcha oficial Managua se detiene porque todos los buses del transporte público son usados para acarrear manifestantes, van todos los empleados públicos con las camisetas oficiales del gobierno. En ese contexto suben a una tarima a este señor, y él, todavía con un resto de dignidad, dice que su lucha seguirá… Están tratando de hacerlo regresar a donde él debe estar: al sistema, al sistema de propaganda del Estado.

¿Cómo es posible que se dé una represión contra ancianos sin que nadie en el gobierno proteste por esos actos de crueldad?

Es por la concepción de poder. El que no se somete al poder tiene que atenerse a las consecuencias, cualquiera que sea la edad que tengan. Allí se juntaron ancianos muy ancianos y jóvenes muy jóvenes. Los ancianos salieron a la calle a reclamar una triste pensión de 50 dólares, una pensión disminuida porque son gente que no cumplió los meses de servicio reglamentario para tener una pensión completa. Salieron a protestar, nunca les hicieron caso, entonces se tomaron un edificio público del Seguro Social, llegaron los jóvenes de la universidad a acompañarlos, a apoyarlos, a llevarles comida. Y una madrugada apalearon a jóvenes y a viejos por no someterse al dictum del poder.

La manera en que inició este conflicto no es diferente de cómo se iniciaron los estallidos sociales en la década de 1970, pero cómo finalizan estas protestas hoy en día sí es diferente: vemos una rápida usurpación en los medios de los movimientos sociales.

Porque el poder lo controla todo. En El Salvador no sería concebible lo que le sucedió a una diputada del partido oficial que no mueve la mano para votar por una ley que entrega la soberanía nacional. Seguramente un partido tiene medidas disciplinarias para alguien que no vota con la línea. Pero en Nicaragua no, en Nicaragua hay un decreto del Consejo Supremo Electoral, no del partido, despojándola de su asiento, que dice: “se anula la credencial de la señora fulana de tal”. Punto. No dice por qué. Simplemente se le anula la credencial. Es un solo poder.