Sobreviviente repudia el arresto en casa que juez dio a homicida

Postrado de por vida en una cama, una de las víctimas rechazó la decisión de un juez de permitir que el hechor permanezca en su casa

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Este periódico publicó el lunes el caso de Raúl Martínez, hallado culpable de homicidio y enviado a su casa por un juez.En los últimos seis meses, la salud de Luis ha empeorado. Ahora permanece postrado en su cama. Está parapléjico desde que fue atacado a balazos por sicarios.

Por Jorge Beltrán Luna nacional@eldiariodehoy.com

2013-06-17 7:00:00

Luis Müller no sabía, hasta ayer, que quien fue hallado culpable de contratar a un grupo de sicarios para que lo mataran a él y a su esposa, Verónica Guadalupe Martínez de Müller, estaba purgando su condena de 45 años de prisión en la comodidad de su casa, custodiado por un grupo de policías en el cantón Río Blanco, de Zacatecoluca, La Paz.

El Diario de Hoy publicó este lunes que el convicto, Raúl Mauricio Martínez Peña, ha sido beneficiado con arresto domiciliar pese a la pena impuesta por la muerte de Verónica Guadalupe y por intento de homicidio contra Luis.

La reacción de la víctima, un hombre de 47 años, con diagnóstico de paraplejía, fue de repudio, de indignación contra el sistema judicial, tras enterarse de que Martínez Peña ya no estaba en el centro penal La Esperanza (conocido como Mariona), donde él suponía que descontaba la condena impuesta por el juez Especializado de Sentencia A de San Salvador, Godofredo Salazar Torres.

El juez le impuso 30 años de prisión por el asesinato de Verónica Guadalupe y 15 más por el intento de homicidio de Luis, hecho que ocurrió el 23 de febrero de 2009 en una vivienda situada sobre la carretera Troncal del Norte, municipio de Ciudad Delgado.

Postrado en una cama, que raras veces cambia por una silla de ruedas, Luis luce esquelético. Está sumido, lo afirma él, en una depresión que le viene de sufrir el dolor por el asesinato de su mujer y de pensar que debe depender, para todo, de su madre, de su hijo o de una enfermera.

Luis no fue capaz ayer de levantar con sus propias manos un dibujo que su hijo, de siete años, le hizo en ocasión del Día del Padre.

Para esta víctima es indignante que los delincuentes tengan prioridad en sus derechos sobre las víctimas. “Lo que a mí me quitaron hace año y medio (protección policial), veo que se lo han dado a él”, condenó al hacer referencia a que la Policía Nacional Civil (PNC) cuida al homicida de su esposa y suyo.

La víctima de intento de asesinato relató que, desde hace aproximadamente 18 meses, le quitaron la protección que le dieron mientras duró el proceso judicial contra Martínez Peña y tres delincuentes más.

“Me dijeron que ya no era necesario el régimen (de protección) y que ya no vendrían a cuidarme”, aseguró.

Ataque fue por quedarse con dos camiones

Con admirable lucidez, a pesar de su estado enfermizo, Luis recordó aquella fatídica fecha cuando él y su esposa fueron víctimas, según dijeron, de la avaricia de Martínez Peña.

Luis se dedicaba a importar carros usados desde Estados Unidos, pero no tenía autorización aduanal para hacerlo, por lo cual, desde hacía cinco años, le pagaba a Raúl (Martínez Peña) porque él sí tenía autorización aduanal a través de su empresa R y F Importaciones y Exportaciones, S.A., ubicada en Zacatecoluca.

Días antes del ataque, Luis le pidió a Raúl que le trajera dos camiones. Para ello le dio más de 3,500 dólares que cubrirían el pago de los impuestos de importación y los honorarios de Raúl.

El 23 de febrero de 2009, Raúl lo citó para las 11:00 de la mañana en la Aduana San Bartolo (Ilopango) para entregarle los documentos de los camiones.

Luis iba solo, pero ya de camino desde Santa Ana a San Bartolo su esposa le dijo que iría con él y pasó a recogerla donde ella le indicó.

Eran aproximadamente las 10:30 de la mañana. Luis y Verónica ya estaban en la Aduana San Bartolo cuando Raúl les dijo que el carro se le había arruinado, por lo que le pidió que fuera por él sobre la carretera de Oro, en San Martín.

Cuando llegaron al punto indicado, Raúl les dijo que su camioneta había recalentado. Se subió al carro de Luis, un Mini-Cooper. En el camino, Raúl le dijo que en Apopa estaba la persona que le entregaría los documentos.

Luis y Verónica no sospecharon nada. Tenían cinco años de contratar los servicios de Raúl.

Al llegar a la casa señalada, la persona que entregaría los documentos no estaba. Llegaría en 15 minutos. Entre tanto, un hombre con aspecto de mecánico le dijo a Luis que metiera el carro al garaje de la casa porque se lo podían golpear. Así lo hizo.

Pasados unos minutos llegó un hombre armado con una pistola (que luego fue identificado como Luis Alberto Paredes) e intentó meterse a la casa. Luis forcejeó con él y logró cerrar la cochera.

Para entonces, Verónica había pedido prestado el baño.

Segundos después vio entrar al mismo hombre pistola en mano, quien con un insulto lo obligó a ponerse de rodillas. Luego vio que el hombre que les había pedido entrar el carro a la cochera amenazaba con un machete a su esposa. Los pusieron juntos, los amarraron de las manos y los hincaron sobre un colchón.

Entre tanto separaron a Raúl. A Luis le extrañó que no lo amarraran cuando por su estatura y robustez física representaba un riesgo mayor para los delincuentes.

En un momento, Luis logró soltarse. Se lo comunicó a su esposa y a Raúl, quien estaba a varios metros de distancia, pero este le dijo que no intentara nada porque afuera de la casa había más hombres armados con fusiles.

De repente, los delincuentes, uno armado con una pistola y otro con un machete, llamaron desde fuera de la casa a Raúl: “Gordo, vení”, le dijeron. Luis no sabe qué hablaron.

Al cabo de dos horas, aproximadamente, uno de los delincuentes, el que les había abierto la cochera , y que ahora tenía la pistola, le dijo a Luis que les habían pagado 100 mil dólares por matarlos.

Luis le contestó que él les daría 20 mil si no les hacían daño, le pidió que le permitiera hacer una llamada y que iría a traer el dinero dejando a Raúl y a Verónica como garantía de cumplimiento.

El delincuente lo insultó y le aseguró que lo mataría. Luis forcejeó, pero cuando intentó tomar un ladrillo, el que ahora tenía el corvo (Luis Alberto Paredes) se le abalanzó. Verónica logró interponerse y por eso no lo macheteó.

Fue en ese instante que Luis sintió un ardor en la espalda y cayó al piso. Le habían disparado. Su esposa se inclinó para ayudarlo y les gritó que no lo mataran. Luis escuchó otros dos disparos y alcanzó a ver a su esposa con el rostro ensangrentado.

Luis se hizo el muerto. Los dos delincuentes salieron corriendo. Cuando llegó la Policía supo que Raúl no estaba en la vivienda. Él creyó que lo habían matado también, pero no fue así. Posteriormente, por boca del criminal que mató a su esposa y le disparó a él, supo que Raúl había dado cinco mil dólares, más un auto Ford Focus como pago para que lo mataran. Ese pago sería repartido entre los dos sicarios, el dueño de la casa y del auto en que huyeron los asesinos, y el sujeto a quien Raúl contrató (éste, a su vez, subcontrató a los sicarios).

Luis rechaza argumentos de inocencia de Raúl

Ayer luego de conocer que Raúl había dicho que ha sido condenado por un delito que no cometió, Luis lo refutó.

Además de todas las circunstancias que rodearon el hecho, tales como no haber sufrido ningún daño de parte de los delincuentes; no haber consentido una acción conjunta para neutralizar a los asesinos, aunque Luis se lo propuso; haber resultado ileso del ataque, y no haber dicho nada a la familia de las víctimas ni colaborar con las autoridades, el autor material del crimen lo señala a él como quien les iba a dar cinco mil dólares y un automóvil a cambio del “trabajo” que les había pedido.

Según el sobreviviente, Raúl no dice la verdad cuando afirma que a él lo involucraron por andar acompañando a un amigo. “Raúl se olvida decir que él nos llevó a ese lugar con el engaño de que allí me entregarían los documentos de los dos camiones”, afirmó.

La ambición de Raúl, según relata la víctima, le arrebató la vida de su esposa, destruyó su familia y lo ha dejado postrado en cama de por vida, mientras el convicto vive cómodamente en su casa y con vigilancia policial.

“Se ve que vive bien, mientras que yo no puedo ni peinarme por mí mismo”, indicó, mientras hacía un llamado a cualquier persona de buen corazón que quisiera ayudarle. Uno de sus deseos es tener la posibilidad de viajar a Estados Unidos con fines médicos. Tiene la esperanza de que tal vez allá pueden mejorar su situación de salud.