Migración forzada por pandilla 18 en caserío de Panchimalco

Los Sosa comenzó a ser abandonado por sus habitantes desde hace dos meses tras ser amenazados por marerosLos Sosa comenzó a ser abandonado por sus habitantes desde hace dos meses tras ser amenazados por mareros

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Una pareja captada el martes, acarreando sus pertenencias, cuando abandonaban el caserío Los Sosa. Fotos EDH / douglas urquilla

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2013-06-26 7:00:00

Al caserío Los Sosa se puede llegar por cualquier vereda, luego de caminar unos 30 minutos desde la calle que atraviesa el cantón Los Troncones, de Panchimalco.

Llegando al mismo, un laberinto de estrechos caminos conectan un puñado de casas, 15 ó 20 tal vez, que desde hace dos meses comenzaron a quedar abandonadas, luego de que los habitantes empezaran a emigrar debido a amenazas de muerte que un grupo de pandilleros les hiciera a la mayoría de jóvenes de ese caserío.

Hasta el fin de semana anterior, los más valientes, “los que no eran cortos de espíritu”, según dijo un lugareño de 82 años, se habían resistido a abandonar sus casas y sus tierras ya cultivadas de maíz.

Pero el asesinato de Carlos Ovidio Benítez Vásquez, de 19 años, y de José Alfredo Pérez, de 43, el pasado 21 y 23 de junio respectivamente, aceleró el éxodo, según constató El Diario de Hoy el pasado martes.

Ahora Los Sosa se ha convertido en un caserío fantasma en donde el ladrar o aullido de los perros abandonados pone el toque de terror a ese escenario pintado por un grupo de no más de diez mareros bien armados, según el decir de lugareños y de policías de la subdelegación de Panchimalco.

El hijo pandillero del sargento del Ejército

El pasado lunes, en camiones de la Fuerza Armada fueron evacuadas dos familias, tras el asesinado de Benítez Vásquez, quien, según policías de la subdelegación de Panchimalco, tenía menos de un año de haberse integrado a la mara 18, que en su mayoría está formada por delincuentes que viven en el caserío Amayito, más próximo a Los Sosa.

La Fuerza Armada evacuó a esas dos familias debido a que el padre de Benítez Vásquez es un sargento que recién ha partido a una misión en el extranjero; según lugareños, está en Líbano.

La palabra “Eighteen” (Dieciocho), pintada en una de las puertas de la casa donde vivía Benítez Vásquez, remarca los señalamientos de la policía sobre los nexos del estudiante de segundo año de bachillerato asesinado, presuntamente, porque se negó a matar a un vecino, José Alfredo Pérez.

A este último, quien deja a cinco huérfanos que no superan los 18 años, lo mataron un día después los mismos pandilleros que asesinaron a Benítez Vásquez.

Abandonan todo para salvar sus vidas

En Los Sosa, la mayoría de familias sobrevive de la agricultura. Las casas son en su totalidad de adobe sin repellar y con pisos de tierra. Incluso hay ranchos con techos de paja. No tienen refrigeradora ni televisores. No hay energía eléctrica ni agua potable. Hasta allí no han llegado los programas sociales del gobierno. Eso salta a la vista.

Sin embargo, cada familia es propietaria de dos, cuatro, seis o más manzanas de tierra cultivable que les generaba el maíz, el frijol y el maicillo suficiente para subsistir.

El martes anterior, El Diario de Hoy comprobó que en algunas de las viviendas abandonadas, en los corredores había varios sacos, toneles o graneros llenos de maíz y maicillo que fueron dejados en abandono debido a la premura de la huida.

En la casa donde vivía el sargento de la Fuerza Armada, deambulaba media docena de perros y varias gallinas abandonadas; aparentemente la gente solo pudo dejar abundantes tortillas a los perros y maíz o maicillo regado para que los animales comieran.

En los terrenos se podía observar terrenos cultivados de maíz que pronto necesitarán que los abonen por primera vez.

En el caso de la familia de José Alfredo Pérez, además de la milpa, un extenso cultivo de tomate que en pocas semanas comenzaría a producir, quedó abandonado. Nadie de la familia quedó en el lugar para aprovechar lo que la víctima y sus hijos sembraron sin pensar que jamás cosecharían.

El martes anterior, un hombre de 82 años que hace varios meses dejó abandonada su casa, llegó a ver si podía volver a asentarse.

“Cree que ya no va a pasar nada aquí”, preguntaba constantemente a los dos policías que armados con fusiles y pistolas intentaban dar confianza a los habitantes que aún estaban haciendo maletas para marcharse del lugar.

Algunas mujeres y hombres pedían a los dos policías que se quedaran en la noche, que no las dejaran solas. Estos eran los hermanos y hermanas de José Alfredo Pérez, asesinado el domingo anterior.

Los policías les infundieron esperanzas diciéndoles que ellos se irían, pero que antes llegarían otros a relevarlos.

A la hora que el equipo de El Diario de Hoy se retiró de Los Sosa (5:00 p.m.) los dos agentes se quedaron en el caserío; según dijeron, tenían la misión de cuidar los víveres abandonados de las familias que habían prometido regresar por ellos.

Mareros más conocidos en Los Troncones

En el mismo fondo de la vaguada en que está el caserío Los Sosa, más al norte está el caserío Amayito, mucho más poblado y con calles de tierra que conectan las casas entre sí.

En ese lugar, todos conocen a El Gallito por ser el cabecilla de la mara 18. También está el Cuina, el Tripas, Jorge, Armando, El Manguito… son algunos de los apodos de los pandilleros que hicieron que Los Sosa se convirtiera en un caserío deshabitado.

Varios de estos mareros son los responsables de matar a El Mueble (ese era el apodo conque Benítez Vásquez era conocido en la 18) y a José Alfredo Pérez, el hombre al que decidieron matar porque un día del año 2012 impidió que un grupo de pandilleros violara a dos de sus hijas.

La impunidad con la que se desplazan los pandilleros por Los Sosas es tal que el martes al mediodía, mientras una pareja de policías levantaba información sobre los dos asesinatos y fotografiaba cada una de las casas abandonadas, El Cuina y otro pandillero se desplazaban a lo largo del río Huiscoyolate, en cuyas riberas está el caserío Los Sosa, armados con sendas escopetas y machetes.

Si no colaboran, deben dejar el caserío o morir

“La gente que no les colabora, si no se va, la van matando”. Con esa frase, una mujer resumió la tiranía de un grupo de pandilleros del cantón Amayito, que les exige colaborar con ellos dando información de movimientos policiales, trasladando armas, drogas o recaudando la “renta” (botín de extorsión) en los cantones donde hay tiendas y, en consecuencia, llegan vendedores ruteros, o el pago que de la misma hacen dueños de pick ups, buses o microbuses.

Quedarse, afirman lugareños, significa admitir tácitamente que sus hijos o hijas, tarde o temprano, deberán formar parte de la pandilla. Eso fue lo que sucedió con el hijo del sargento del Ejército, asesinado el viernes anterior.

Quedarse significa que las hijas de esas familias estarán condenadas a servir sexualmente a los miembros de la pandilla. Por impedir eso, fue que mataron a José Alfredo Pérez, un hombre a quien los lugareños describen como alguien entregado a trabajar sus tierras.

Dos graneros de maíz dan fe de que Pérez trabajaba duro la tierra para que ninguno de su familia muriera de desnutrición, como suele ocurrir con niños y ancianos de Panchimalco, según lo evidencian las actas de defunción asentadas en la alcaldía de ese municipio, a las que este Diario tuvo acceso ayer.

¿De quién es la culpa de lo que pasó en Los Sosa?

De acuerdo con fuentes policiales, la culpa del problema de seguridad en Los Sosa y caseríos aledaños la tienen los jueces que en un lapso de cuatro meses han puesto en libertad a 20 ó 25 miembros de pandillas quienes han incrementado los delitos.

Para los afectados, los que se vieron obligados a abandonar sus casas y sus terrenos cultivados, la culpa es de la policía, que raras veces, dicen, llegaba a patrullar el caserío. Eso hizo que la pandilla se sintiera que ellos eran la autoridad.

Sin embargo, para el alcalde Mario Meléndez, los recientes asesinatos han sido la respuesta al candidato de ARENA, Norman Quijano, quien el 24 de mayo anterior llegó al municipio a anunciar su política de combate de las maras.