Quinientos años antes de Jesucristo la cultura de Grecia ya tenía perfectamente descritos todos los principios que debían seguir, en su vida y en su conducta, todos aquellos que ejercían el arte casi divino de la medicina. Esos principios estaban y siguen estando plasmados en el “Juramento Hipocrático”, que siglos después hemos proclamado y jurado muchas personas, hombres y mujeres, de muy distintos países, antes de recibir nuestro título universitario de médicos.
El Juramento Hipocrático está lleno de una maravillosa sabiduría donde resplandece la dignidad y altura que exigen la conducta del médico y el exquisito respeto y cuidado que debe tener con todos sus pacientes. En consecuencia prohíbe categóricamente la eutanasia y el aborto. No es extraño este mandato. ¿Dónde se fundamenta la excelencia de la profesión médica? En la rebeldía y la lucha decidida, a veces heroica, contra la muerte, arriesgando incluso la propia salud y la propia vida. Todos los médicos debemos ser, por esencia, pro-vida.
¿Existe alguna otra profesión que encierre y se fundamente en valores más altos? ¿Qué puede uno hacer si pierde la vida? Los médicos trabajamos por la salud y por la vida de los pacientes. Esa es nuestra dignidad, esa es nuestra excelencia. Si pasamos a defender intelectualmente cualquier atentado contra la salud o la vida, somos moralmente despreciables. Si además efectuamos abortos, entonces nos degradamos a ser los más malvados y cobardes de los asesinos, ya que matamos a los seres humanos más inocentes e indefensos.
Sobre esto no caben medias tintas. Es algo muy claro: o sí, o no; o verdadero, o falso. Si un mal llamado comité de ética se declara partidario del aborto, de ético no tiene nada; son sólo la larga mano de un poder político inmoral. Si una ley dictamina que se pueden efectuar algunos tipos de abortos, sin que sean delito, entonces eso no se ajusta a la justicia; son sólo “violencia legalizada” y existe obligación moral de denunciarla, resistirla y, llegado el caso, abolirla.
En cuanto a la salvadoreña Beatriz, desde la ética médica universal, racional, no hay ninguna duda o problema. Hay que tratar de salvar la vida de la madre y del hijo, induciendo un parto prematuro. Si el niño no tiene cerebro, vivirá más o menos tiempo. Pero es muy diferente, totalmente diferente, morirse por causas naturales a ser asesinado. Hago el inciso de otro caso de un presunto bebé anencefálico que no fue abortado y resultó que lo de carecer de cerebro al final sólo fue… un error diagnóstico –¿o una mentira de utilidad ideológica?– y el niño anda corriendo por ahí, feliz de la vida.
¡Lectoras y lectores, médicos y juristas, por favor, no se dejen engañar!
¡No existe ningún aborto que sea “terapéutico”! Ningún aborto cura nada; todo aborto mata a un ser humano máximamente inocente y máximamente indefenso y aboca a la madre abortista a la posibilidad de contraer un “síndrome postaborto” que exige tratamiento psiquiátrico, con casos muy graves, de los cuales algunos terminan en suicidio.
La dictadura ideológica de la muerte, no la verdadera medicina, es la que le adjudicó ese adjetivo de “terapéutico” a los abortos donde se pretende salvar la vida de la madre quitándole la vida a su hijo. Ese es el “arte”, casi malabarismos, de esta anticultura: robar palabras dignas y aplicarlas a cosas indignas: llamar “salud sexual y reproductiva” a la fornicación, los abortivos hormonales y el aborto legal; “matrimonio” a una unión afectivo-sexual de dos homosexuales; “cambio de sexo” a una manipulación quirúrgica que consigue un aspecto que parece lo que en realidad no es, etc., etc.
No seamos ingenuos. El caso en debate es típico. Casos como el de Beatriz, o muy semejantes, se programan y se repiten en otros países para abrir la primera grieta legal en la defensa de la vida y ensancharla después hasta la despenalización de cualquier tipo de aborto.
*Dr. en Medicina.
Columnista de El Diario de Hoy.
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