Melvin y sus ángeles de vida

Sobreviviente a una masacre, vive atado a una silla de ruedas desde hace tres años. A pesar de ello, tiene muchos sueños y un talento especial para la pintura. Esta es la historia de Melvin, su tragedia y su virtudes

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Melvin Gómez se especializa en la figura humana. En la foto muestra una pintura de un ángel. Para él, ese fue el ángel que lo protegió mientras agonizaba después de un ataque armado.

Por Por ??scar Iraheta / Foto: Lissette Lemus

2013-03-24 7:00:00

Desde aquel viernes 16 de noviembre de 2009, Melvin ya no juega al fútbol. No corre, no salta. Tampoco camina. Aquella lluvia de balas que cayó en el río donde se bañaba le cambió la vida. Una bala lo dejó atado de por vida a una silla de ruedas desde la cual pinta muchos de sus sueños; muchos ángeles. Melvin demuestra así su talento y las ganas de seguir adelante. Atrás ha quedado aquella tragedia y el rencor hacia la repudiable criminalidad que lo dejó parapléjico cuando apenas tenía 15 años.

En aquel río, de un pueblo al sur de San Salvador, quedaron muertos tres de sus mejores amigos. Pero a Melvin, según él explica, Dios le dio otra oportunidad, a pesar de que le cayeron cinco balazos, uno de los cuales le dañó la columna vertebral.

En la profunda transformación que ha sufrido la vida de Melvin solo hay algo que sigue siendo igual: su pasión por pintar. Es algo que lleva en su interior y que lo distingue de muchos otros jóvenes de su edad.

Después de tres años, y de mucha ayuda sicológica, Melvin se entristece en silencio y ríe frente a la gente, tratando de ver lo positivo en la vida. A pesar de su condición, Melvin no guarda rencor; ha perdonado a quienes le hicieron daño por circunstancias que nunca supo y que tampoco se afana en saber.

“Hoy ya no puedo jugar al fútbol, algo que me encantaba cuando estaba en el equipo de mi escuela; ya no puedo nadar y saltar… pero desde mi silla de ruedas tengo todo el tiempo para pintar. Quiero volar y soñar. Pinto para llegar lejos y sacar a mi familia de la pobreza”, dice Melvin, hoy de 19 años, con una sonrisa, que parece forzada.

Con la vida a cuestas, Melvin admite que acostumbrarse a esas circunstancias le ha costado. Cuenta que cuando comenzaba a usar la silla de ruedas se cayó tres veces de la cama; sus brazos no tenían la fuerza suficiente para dominar su cuerpo. Pero levantando pesas se hizo de brazos fuertes sin que sus manos perdiera la sutileza para manejar un liviano pincel.

Melvin asombra a quienes lo conocen, por su capacidad de aprendizaje.

El Compañero, el ángel que lo salvó

Lo que Melvin relata parece increíble, como sacado de un guión de una película macabra. Habla poco de aquel trágico día; pero lo recuerda segundo a segundo, detalle a detalle.

Aquella tarde se celebraba la graduación de noveno grado. Él era uno de los graduandos. Sus calificaciones habían sido excelentes.

Por esas rarezas del destino, no quiso ir a retirar su certificado. Le pidió a una de sus hermanas que lo hiciera por él. Entre tanto, Melvin seguiría con sus planes: iría a un río a divertirse con sus amigos. En su domicilio, aquel río era el mejor lugar de esparcimiento. Todos los jóvenes lugareños acudían allí.

Antes de salir hacia el afluente, Melvin le pidió a su hermana que le dijera a aquel compañero de él, el que ella sabía que era su mejor amigo, que le dijera que llegara al río. Allá estaría él con otros muchachos toda la tarde.

Pero cuando Melvin y sus amigos tenían solo media hora de estar divirtiéndose sanamente, un reguero de balas bañó a todos los jóvenes. Segundos trágicos, de muerte, que a Melvin le parecieron siglos.

Tras la nutrida balacera, Melvin levantó la mirada. Vio agonizar a sus amigos. Intentó levantarse para auxiliarlos, más no pudo. No podía mover sus piernas y un dolor punzante, agudo lo torturaba en la espalda. Los vio morir.

Habían pasado 30 minutos desde que ocurrió el ataque. A eso de las 3:00 de la tarde, tras ver morir a sus amigos, Melvin se arrastró varios metros en un terreno escabroso, lleno de piedras, a punto de perder la conciencia.

“Todo el tiempo mantuve a Dios en mi mente. Le pregunté por qué había permitido eso pero también le dije que se hiciera su voluntad. Luego le pedí que pusiera a un ángel para que me ayudara”, reseña.

Cuando se sentía desfallecer y el día daba paso a la noche, aquel ángel apareció. Eso cree el sobreviviente. Era su compañero, el mismo a quien la hermana de Melvin le había indicado que llegara al río.

“Mi amigo pensaba que yo me había golpeado por hacer un clavado en una poza. No creía. Cuando le dije que bajara y viera la poza se quedó estupefacto”, recuerda el artista. Su ángel intentó ayudarlo, pero fue en vano. No tenía las fuerzas suficientes para levantarlo. “No te preocupes, corré a avisar a la casa y pedí ayuda. Yo aguantaré acá”, le susurró moribundo.

En el camino, aquel muchacho encontró a otros amigos y junto a ellos lograron evacuar a Melvin del río y luego llevarlo al hospital.

“El cambio de vida fue radical. Me cuesta aceptarlo, pero no me puedo quedar enfrascado en esa tragedia. La vida sigue y tengo que ver hacia el futuro. El pilar de mi vida es mi madre. Ella es otro ángel que me ha dado Dios”, resume Melvin.

José Luis, su maestro

En la vida de Melvin existe una persona a quien considera su maestro; José Luis Mejía fue el pintor que descubrió la habilidad de Melvin para dibujar y para pintar, cuando apenas había cumplido 11 años. Su primer cuadro fueron dos ayotes. Aún lo conserva.

“José Luis me enseñaba dos horas diarias. Le tengo una gran admiración. No le importó invertir en mí y hasta prestarme sus materiales. A veces eran las 10:00 de la noche y seguíamos pintando y dibujando. Yo miraba una pintura y me ponía a observarla detenidamente. Después de varios años, un día José Luis me dijo que ya era tiempo de tomar en serio mi trabajo”, afirma Melvin.

El artista no es cualquier pintor. Su especialidad en el dibujo y la pintura es delinear figuras humanas, una de las técnicas más difíciles, según expertos en la materia.

Melvin ha reflejado su pasado en dos pinturas: su obra “Jamás un silencio” es una de ellas. Refleja la figura de una mujer que tiene una mano en su cara que la está sometiendo.

Otra consiste en un ángel que está meditando. Melvin lo describe como el personaje que lo acompañó en el río mientras agonizada.

Las aspiraciones de este artista son increíbles. Cada día se empeña en aprender nuevas cosas para superarse. Y no solo en la pintura. Su último propósito es aprender inglés. Una familia, los Torres Barrera, le brinda ayuda para lograrlo. Está becado y ya cursa el nivel básico.

Otra oportunidad para Melvin se está fraguando: esperando que le aprueben una beca hacia Noruega para especializares en su arte y otros estudios. Él confía en que Dios y una fundación harán realidad ese sueño.

Melvin es de escasos recursos. Vive con su madre y con su hermano menor en la capital. La mayor parte del tiempo lo pasa en su modesta vivienda, creando y pintando. Para viajar a mostrar sus pinturas tiene que pedir ayuda, pues no vive cerca de la calle principal y el camino para llegar a su casa es escabroso.

“Vivo acá modestamente. Veo a mis amigos correr y subir una montaña. Yo no puedo porque a veces una grada me detiene. Pero la vida sigue y el hecho de tener una discapacidad no te hace una persona menos, sino especial. Mientras tu cuerpo respira, tú puedes lograr lo que te propones. Esta sociedad está falta de valores. Los padres deben de dar amor a sus hijos. El Estado y la familia deben de trabajar para sacar adelante a muchos jóvenes. Hay muchas cosas buenas en la vida que se pueden hacer “, destaca el joven artista.

Melvin Gómez oferta sus pinturas en la red social Facebook y a través del 7686-1964.